Ese domingo no debía ser así pero lo fue. Eran las 6 de la
mañana y el monitor de mi pc registraba un lento y adormecido tipeo. La ventana de mi escritorio siempre
muestra la mejor postal (al menos para mí). Aquella era la de un silencio absoluto sobre la avenida,
hasta que los últimos autos que deciden volver a casa optan por atajos como los
que ofrece la avenida Yrigoyen. La invasión de una selva casi desnuda que trepa hasta llegar a Ciudad de Nieva y el
sutil sonido del Xibi Xibi que viene de La Almona.
Ese domingo mi despertador no debía sonar, y no sonó. Mis
oídos acostumbrados a la amigable melodía (genéticamente programada) de los
gallos bandeños, esta vez me sorprendieron. Era domingo y debía seguir
durmiendo, pero allí estaba, leyendo diarios, revisando archivos, recordando
goles, siguiendo minuto a minuto la
batalla de redes sociales a la mejor gastada carioca.
Los domingos suelen tener el mismo sabor, al menos en mi
barrio. En la rotonda se reúnen los uniformados con la negra y blanca aunque no
les toque jugar, la terraza de la esquina despide humo desde temprano (ahí se
adoban los mejores sabores). Miguel abre sus puertas una hora más tarde de lo
habitual, aunque solo se esmera cuando sabe que en casa lo espera alguna visita
inesperada y sorpresiva de sus hijos, que estudian en Córdoba. Entonces la
persiana del almacén desaparece temprano y se predispone a los primeros
vecinos. Rita sale disparada en busca de Pepe a quien ama profundamente (éste
lo triplica en tamaño pero en color están emparentados) la persecución y
jugadas histéricas en cada encuentro son un clásico.
Es domingo y todo eso ocurrirá, salvo que a esta hora cuando decido comprar el pan en lo de Miguel, los
autos que veo flamean la celeste y blanca, el humo que despide la terraza de mi
vecino escribe a lo grande Vamos Argentina sobre un cielo completamente azul,
los muchachos en la rotonda se están cambiando de camiseta y en el almacén, la
antena de un viejo televisor cuelga del brazo de la balanza buscando una señal
ganadora.
Es un domingo cualquiera y con el mismo destino, la pasarela
amarilla luego las escaleras y unas diez cuadras que me llevan al clásico asado
en lo de mis padres. Pero el de hoy se saborea distinto como el trayecto a lo
de mis viejos, la pasarela no está sola, las bocinas anuncian la final, las
casas despiden el mismo humo, las banderas cuelgan de ventanas y los leones de
la plaza se sienten en el Maracaná.
Que lindas sensaciones que despierta leerlo, felicidades!
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