miércoles, 6 de agosto de 2014

#Nieto1


-¿Me esperás un rato por allá? Mamá tiene que hablar con esa chica, vos podes jugar un rato.
-Bueno.
-Intento preservarla, es muy chica todavía y ya tuvo demasiado -me cuenta-. ¿Y cómo haces?, le pregunto.
- Le explico de a poco lo que puedo y si es que pregunta. Pero no quiero que esté muy metida en  detalles porque es chica y ella tiene que jugar  y divertirse. Ya llegará su momento,  aunque me acompaña a casi todas mis actividades. ¡Claro! ¿Cómo no hacerlo?, pienso yo.

Los dedos de Tatiana se trenzan fuertemente con otros cinco, mucho más pequeños, como el nudo de las amarras casi imposible de zafar. A primera vista su rostro es serio, sufrido, con ojos de dolor. Da la impresión que nunca más sonreirá.
Sus manos se zafan de la amarra y se posan suavemente sobre mis brazos con un gesto de simpatía y la leve curva en forma de “u” que se dibuja bajo su nariz, rompen con mis nervios.
La oscuridad del tema y su conmovedora historia me secan la garganta. Quizá porque veo aquella niña de 6 años abandonada en la plaza de Villa Ballester (Gran Buenos Aires) junto a una beba de 1 año. Y veo en sus manos, las manos de Mirta (su madre biológica).
Encontrar un destello de luz, sobre las marcas de un terrorismo de Estado genera un contraste casi imposible. Pero Tatiana Sifilgoy, con su libro “En memoria de sus sueños”, pretende rescatar los relatos más optimistas, felices y llenos de amor de sus doce compañeros que a pesar de todo, intentan ser felices.
 Ahí, aparece la luz.
¿Qué hay de Mirta Graciela Britos y Oscar Ruarte Pérez en la vida de Tatiana? Mucho más de lo que le pudieron contar y mucho más de lo que pretendieron borrar.
A los 18 años se fue descubriendo en un mundo artístico que le permitió redescubrir cosas de la historia que eran propias y que nadie se las pudo quitar. Eligió la actuación, la pintura y la proyección de un Centro Cultural en Caballito. A pesar de haber sido adoptada de buena fe, por el matrimonio Sifilgoy, la vida dirigió su mirada a un sendero marcado por las huellas de Oscar y Mirta. Ella sin saberlo.

Con el tiempo, Tatiana descubre que sus padres se conocieron haciendo teatro y que su mamá tenía un Centro Cultural en Villa Libertador (Córdoba).
¿Y cómo es eso?
Hay cuestiones que solo responden a una consanguineidad inviolable y que despiertan sentimientos únicos. 
Hoy Tatiana puede sonreír, porque sabe que lo que se hereda no se hurta.