-¿Me esperás
un rato por allá? Mamá tiene que hablar con esa chica, vos podes jugar un rato.
-Bueno.
-Intento
preservarla, es muy chica todavía y ya tuvo demasiado -me cuenta-. ¿Y cómo
haces?, le pregunto.
- Le explico
de a poco lo que puedo y si es que pregunta. Pero no quiero que esté muy metida
en detalles porque es chica y ella tiene
que jugar y divertirse. Ya llegará su
momento, aunque me acompaña a casi todas
mis actividades. ¡Claro! ¿Cómo no hacerlo?, pienso yo.
Los dedos de
Tatiana se trenzan fuertemente con otros cinco, mucho más pequeños, como el
nudo de las amarras casi imposible de zafar. A primera vista su rostro es
serio, sufrido, con ojos de dolor. Da la impresión que nunca más sonreirá.
Sus manos se
zafan de la amarra y se posan suavemente sobre mis brazos con un gesto de
simpatía y la leve curva en forma de “u” que se dibuja bajo su nariz, rompen
con mis nervios.
La oscuridad
del tema y su conmovedora historia me secan la garganta. Quizá porque veo
aquella niña de 6 años abandonada en la plaza de Villa Ballester (Gran Buenos
Aires) junto a una beba de 1 año. Y veo en sus manos, las manos de Mirta (su
madre biológica).
Encontrar un
destello de luz, sobre las marcas de un terrorismo de Estado genera un
contraste casi imposible. Pero Tatiana Sifilgoy, con su libro “En memoria de
sus sueños”, pretende rescatar los relatos más optimistas, felices y llenos de
amor de sus doce compañeros que a pesar de todo, intentan ser felices.
Ahí, aparece la luz.
¿Qué hay de
Mirta Graciela Britos y Oscar Ruarte Pérez en la vida de Tatiana? Mucho más de
lo que le pudieron contar y mucho más de lo que pretendieron borrar.
A los 18
años se fue descubriendo en un mundo artístico que le permitió redescubrir
cosas de la historia que eran propias y que nadie se las pudo quitar. Eligió la
actuación, la pintura y la proyección de un Centro Cultural en Caballito. A
pesar de haber sido adoptada de buena fe, por el matrimonio Sifilgoy, la vida dirigió
su mirada a un sendero marcado por las huellas de Oscar y Mirta. Ella sin
saberlo.
Con el
tiempo, Tatiana descubre que sus padres se conocieron haciendo teatro y que su
mamá tenía un Centro Cultural en Villa Libertador (Córdoba).
¿Y cómo es
eso?
Hay
cuestiones que solo responden a una consanguineidad inviolable y que despiertan
sentimientos únicos.
Hoy Tatiana puede
sonreír, porque sabe que lo que se hereda no se hurta.